martes, 4 de mayo de 2010

Aun luchamos por salir del mar de dunas…

En medio del mayor, mas cruel y sanguinario de los conflictos humanos, que perturbó a todo el planeta como ningún otro lo hizo antes (o después), destrozando países, ciudades y monumentos (y sobre todo almas, cuerpos, mentes y corazones), afectando a cientos de millones de personas y matando a decenas de millones de seres humanos, en mitad de esa vorágine de destrucción y sangre, de horror sin medida, se desarrolló una pequeña y triste historia (de esas historias en minúsculas que aunque no cambian el destino de las naciones penetran en nuestra conciencia de una forma mucho mas cercana que las grandes gestas de los generales o las glorias inventadas de tantos mediocres gobernantes), un suceso casi anónimo, una tragedia muy alejada en cuanto a cifras a los grandes nombres de esa contienda, escritos en sangre.


No, aquí no contaremos los muertos por decenas o cientos de miles, ni hablaremos de la crueldad ejercida por el hombre hacia el hombre, que no por conocida y asumida es menos dolorosa y despiadada. Solo nueve hombres, nueve vidas, fueron borradas de la existencia, y en su muerte no intervino, al menos conscientemente, la mano de ningún semejante. Porque lo paradójico de su amargo destino es que mientras se desarrollaba la segunda guerra mundial, caracterizada, como todas las guerras modernas, por la deshumanización del combate, por el triunfo de la técnica y la ingeniería, la batalla de esas nueve almas se dirimió contra el más antiguo enemigo del hombre, la naturaleza hostil.


La tarde del cuatro de abril de 1943, un avión, el Lady Be Good, un bombardero B-24 Liberator de las fuerzas aéreas norteamericanas, despegó del aeródromo de Benina, cercano a Bengasi, en Libia. Su destino, Nápoles, donde iba a efectuar un ataque sobre el puerto junto a dos docenas de aparatos más. Era su primera acción de guerra, ya que avión y tripulación acababan de llegar desde el otro lado del océano.


Una tormenta de arena y la caída de la noche evitaron que el bombardeo tuviera lugar. Las 25 aeronaves volvieron a su base…todas menos una, el Lady Be Good.


Sin conocer el punto donde se encontraba, el desdichado aparato, tras atravesar el mediterráneo (sin darse cuenta del todo), sobrevoló su aeródromo, internándose en las profundidades del desierto, para desaparecer durante décadas de la historia y la memoria de los hombres.


Pero para nueve hombres, era solo el principio de una lucha sin esperanza por la supervivencia, un monumento imborrable a la perseverancia y fortaleza del ser humano, que aun en la derrota es capaz de mostrar lo mejor de su espíritu.


Hacia una hora que el cuatrimotor debería haber aterrizado. El capitán ya se había dado cuenta del error, pero no quedaba ni tiempo ni combustible para rectificar. En lo que luego se demostraría que fue un nuevo fallo, decidió, en lugar de intentar realizar un aterrizaje de emergencia, que la tripulación saltara en paracaídas.


Así, en la madrugada del cinco de abril, nueve hombres se lanzaron en mitad del Sahara, a trescientos kilómetros de la civilización, perdidos en la nada, con apenas una cantimplora para aplacar su sed.


De los nueve, solo ocho aterrizaron con vida. El teniente John S. Woravka tuvo suerte. Su paracaídas no se abrió, y murió al estrellarse contra el suelo, ahorrándose unos días de sufrimientos sin límite.


Pero eso nunca lo supieron sus compañeros. Reunidos, buscaron sin éxito a su perdido amigo. Desolados, tuvieron que desistir finalmente en su rastreo, debían, si querían tener alguna posibilidad de salir con vida de aquel infierno de arena, poner rumbo al norte.


Y así lo hicieron, durante los cinco siguientes días, atravesando tenazmente el mas inhóspito de los desiertos de la tierra (el 13 de septiembre de 1922 se registró allí la mas alta temperatura de la que se tiene constancia sobre la tierra, 58 grados).


A pesar de las noches heladas y los días ardientes, de la falta de agua y comida, de la debilidad, de la perdida de la esperanza, de no saber donde se encontraban, ni de si su rumbo era el correcto o la distancia a la que se hallaba su destino, a pesar de todas las adversidades, los ocho supervivientes fueron capaces de recorrer mas de cien kilómetros.


Ese fue el final para cinco de ellos que, incapaces de continuar, decidieron dejar de avanzar, presuntamente aguardando a que sus compañeros lograran encontrar ayuda…o, como seguramente todos ellos sospechaban, a que les alcanzara, clemente, la muerte.


La ultima anotación del diario del teniente Toner, uno de los miembros del grupo de los cinco, reza lo siguiente:


"Domingo 11. Aun esperamos ayuda, aun rezamos. Los ojos mal, perdido todo el peso...todo me duele...Podríamos hacerlo si tuviéramos agua; solo queda para mojar la lengua. Tenemos esperanzas de ayuda muy pronto. No descansamos. Aún el mismo sitio. Lunes 12. Aún no llega el auxilio. Muy…fría noche"


Los tres restantes continuaron caminando hacia su fin, negándose a aceptar su destino, si la muerte pretendía alcanzarles, tendría que caminar mucho la condenada.


Treinta kilómetros mas al norte, llegó el final de dos de los perseverantes. el diario de uno de ellos, Ripslinger, terminaba así:


"Aun peleamos por salir del mar de dunas y encontrar agua"


Solo quedaba uno…uno de esos seres cuyo ejemplo vale mas que cien libros de autoayuda, y cuyo esfuerzo, baldío esfuerzo a la postre, al menos para el, jamás debe ser olvidado. Porque es por gente como el por lo que el ser humano merece ser perdonado por todas sus maldades y elevado por encima de las restantes especies. Solo, sin agua, fue capaz de seguir caminando a lo largo de tres días, tres. Prefiero no imaginar los horrores que sufrió, lo que pasaba por su mente, ni lo que tuvo que soportar su cuerpo. Se hubiera podido rendir, dejarse caer, esperando el sueño eterno que aliviara todos sus males. Pero no lo hizo, y cada uno de sus pasos, cada uno de esos tres días y noches avanzando en solitario sobre las infernales, malditas y eternas dunas del desierto, en una suerte de nueva pasión, deben ser recordados, para que su memoria nunca se pierda.


26 años eran los que tenia el sargento Guy Shelley, capaz de una hazaña sin premio, sin medalla ni corona. Solo fueron quince kilómetros los que pudo recorrer en ese tiempo, andando, arrastrándose, quien sabe como…cada uno de ellos vale por mil.


Hasta 1959 no fueron encontrados los restos del avión, a más de 400 kilómetros al suroeste de Bengasi. Al año siguiente, se localizaron los de los miembros de la tripulación. Ahora, el esqueleto del ave de acero descansa en un patio de una fortaleza en la mítica Tobruk. Pero el sufrimiento de sus tripulantes, el valor demostrado y la perseverancia de su esfuerzo, permanecerán en medio de las infinitas y ardientes arenas del desierto libio…y allí seguirán por toda la eternidad, luchando por salir del mar de dunas.


Apéndice documental


Estos son los nombres y puestos que ocupaban los nueve tripulantes:


Piloto: Teniente William J. Hatton

Copiloto: Teniente Segundo Robert F. Toner

Navegante: Teniente Segundo DP. Hays

Visor de Bombardeo: Teniente Segundo John S. Woravka

Ingeniero de vuelo: Sargento Harold J. Kipslinger

Operador de radio: Sargento Robert E. LaMotte

Artillero: Sargento Samuel E. Adams

Artillero: Sargento Vernon L. Moore

Artillero: Sargento Guy E. Shelley


En la Wikipedia española le dedican un gran artículo al episodio.


Y aquí podéis leer los diarios originales encontrados.

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