lunes, 8 de noviembre de 2010

Mirando la vida por el retrovisor

Yo conduzco.

Supongo que para la mayoría, gente al que el hecho de conducir le parece algo mecánico y cotidiano, esta afirmación le sorprenderá por su trivialidad, tanto como si hubiera dicho yo como o yo respiro.

Para mi, sin embargo, que pertenecía hasta hace escasas fechas a ese reducido sector de la sociedad al que el solo hecho de pensar en llevar un automóvil por mitad de una ciudad ponía de los nervios y llenaba de temor, resuena en mis oídos como una especie de magia verbal, como una confirmación de que no hay nada realmente imposible, de que las barreras mas difíciles de superar no son las que están ahí fuera, sino en el interior de tu propia mente.

Nueve años. Y medio. Ese es el tiempo que permaneció un inútil carnet en mi cartera, a punto de caducar, sin que en mi cabeza atravesara siquiera la idea de subirme a un coche. Ni tenia ganas ni fe en mis posibilidades. Hace un año, tan solo un año, si alguien me hubiera dicho que estaría llevando mi propio vehículo y que incluso estaría disfrutando haciéndolo , le hubiera tachado de loco.

Y sin embargo, lo hago. Y cada vez que me subo a el y agarro el volante, siento una corriente recorrer mi cuerpo, recargando mi autoestima. Soy capaz. Lo hice. Y si logré lo que hubiera creído imposible, ¿Por qué no conseguir otras cosas que creía tan lejanas como si un universo me separara de ellas?

He cambiado. Y si algo me lo hace ver, me lo demuestra de una manera fehaciente, es verme contemplando el mundo a través del retrovisor.

Porque lo hago. Cada vez que algún semáforo detiene mi caminar, no puedo evitar posar la mirada sobre el espejo, ejerciendo de improvisado Voyeur, invadiendo la intimidad de quien se coloca tras mis pasos…observo los rostros al volante, el de quienes les acompañan…imaginó sus vidas, como les fue la jornada o como se disponen a afrontarla. Y no suelen ser historias hermosas, porque lo que cristal suele desvelar son semblantes serios, caras preocupadas, cansadas, en ocasiones con un poso de amargura en sus ojos…no, el mundo que diviso a través del espejo no es alegre, o al menos no lo aparenta. Pero no puedo evitar pensar, con tristeza, que tal vez es el mas real de los mundos. Porque lo que veo son personas sin mascara, aisladas dentro de sus corazas móviles, de esa especie de artificial caparazón que es un auto, que no tienen que ocultar sus emociones a otras personas, que se muestran tal y como son, tal y como se sienten.

Y lo que demuestran es que no se parecen sentirse demasiado bien…

Tal vez por eso, por un inútil espíritu de lucha, por llevar la contraria, o simplemente porque me cuesta lo mismo y me apetece, cuando un semáforo me detiene, yo sonrío. Tal vez nunca nadie me mire, pero si lo hace, igual le hago preguntarse algo, aunque sea el porque ese imbecil de atrás parece tan feliz…

2 comentarios:

  1. Un testigo de tu cambio sonríe al verte sonreír.

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  2. Y lo mejor es que conduzco tranquilo, incluso cuando insulto para mi mismo al que delante mia comete alguna burrada, el cabronazo (o similar) que se me escapa no me sale agresivo...

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